Dolina habló de su miedo a la muerte
"El temor a la muerte me ha arruinado la vida", dijo Alejandro Dolina en "Animales sueltos" (América) anoche. (Alejandro Dolina | Foto WEB)
En el mano a mano con Alejandro Fantino, el escritor y conductor abordó temas heterogéneos: la literatura, el fútbol, la televisión, el dinero, la fama. A mí, el segmento de la charla en el que se permitieron poner sobre la mesa la angustia que genera la finitud me resultó tan fuerte que todo lo que habían dicho antes y después se me desdibujó. Al fin y al cabo, los demás asuntos suelen aparecer en las entrevistas televisivas. Mucho menos habitual es que la tele se tome unos minutos para dejar hablar a un hombre del miedo más primario, el miedo que nos iguala a todos, el miedo al que ninguno puede escapar. Dolina describió su miedo de un modo tal que alcanzaba con ser humano para sentir su descripción como propia.
Esto dijo Dolina: "Nunca he podido disfrutar enteramente ningún placer de la vida sin que una voz me susurrara al oído: 'Te vas a morir'. Y, peor todavía: 'Se van a morir todos los que amás'. Eso arruina cualquier festín". Y agregó: "Lo único que a veces acalla esa voz es el amor. Lo más parecido a una salida que encontré es el amor. En el momento culmine del amor no te importa morir. Pero eso dura un minuto".
"¿No podemos mitigar el miedo a la muerte?", preguntó Fantino. Para su desilusión, Dolina le contestó que a él no lo alivia escuchar decir que uno va a pervivir en sus hijos o en sus obras. "Como decía Unamuno -razonó Dolina-, yo quiero inmortalidad de bulto y no sombra de inmortalidad". "¿Pero, no te asusta también la idea de inmortalidad?", siguió Fantino. "La solución ideal sería ser inmortales pero no saberlo -arriesgó Dolina-. Que nos hubiera sido dada la inmortalidad, pero que no lo supiéramos, porque así nos permitiríamos vivir cosas como el amor y la intensidad, porque el tipo que sabe que no morirá nunca va un poco a menos".
"A mí me gustaría vivir 150 o 170 años", deseó Fantino, como la mayoría de los humanos cuando nos lamentamos por la finitud y queremos regatear con la naturaleza. "Sí, hasta que tengas 160, y entonces vas a pedir 210", le respondió su entrevistado. Fantino imaginó que tal vez la angustia frente a la muerte sea menor para quienes creen que hay vida después de ella. "Yo no tengo esa suerte- se sinceró Alejandro Dolina-. La fe se tiene o no se tiene; no es una decisión. Si yo pudiera creer, como en la infancia, en el ángel de la guarda que me protege, sería más feliz".
Después, la entrevista siguió por otros caminos ajenos a la cuestión de la finitud. No obstante, Fantino se quedó rumiando ese asunto. ¿Cómo lo sé? Porque sobre el final de la emisión, al regresar de la tanda publicitaria, contó lo que habían estado charlando en el estudio durante el corte: "Yo les estaba diciendo que tengo la esperanza de que cuando toque morir, descubra que existe algún tipo de inmortalidad". Entonces, Alejandro Dolina apeló al humor, tal vez el único bálsamo para tamaña angustia: "Y, por ahí existe -sostuvo-. De golpe, uno se muere y se encuentra haciendo una cola en un inmenso playón, preguntando qué hay que hacer y diciendo: 'Mire que yo me conformo con poco. Y yo que no creía…'. ¡Sería una sorpresa extraordinaria, la mayor sorpresa de mi vida o de mi muerte!", manifestó Dolina. Y siguió imaginando la escena en el más allá: "Uno pregunta cómo es eso, y alguno te indica que hagas una cola. Después lo meten a uno ahí, a seguir… A seguir pensando, conjeturando, cantando milongas… Y uno se encuentra con sus antepasados, con su ídolos…". "¿Y con quién quisieras vivir?", lo desafió Fantino a seguir fantaseando. "Y… es complicado, porque el paraíso de uno es el infierno del otro -se despachó Dolina-. Vos llegás, y a los diez minutos estás preguntando: 'Maestro, ¿cómo hay que hacer para sacar a aquel?'. Porque si está aquel, ya no es el paraíso".
Alejandro Fantino y Alejandro Dolina: dos hombres aterrados, como todos, por la existencia de la muerte, y hablando de eso en la televisión a la madrugada de un viernes feriado. Escucharlos fue escucharnos, a todos nosotros, seres condenados a la finitud, pero nacidos con el deseo de eternidad.
Por Adriana Schettini | Clarín
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