La carta que Rial le escribió a Mariana Antoniale
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Antes del compromiso en Positano, Italia, en el vuelo, le escribió una carta a su futura esposa. Leéla acá.
Maldito Cervantes. Que corto te quedaste con el castellano. Mirá que busco y busco y no encuentro. Ni siquiera un miserable sinónimo que pueda describir este momento. Ni siquiera te pido que me ayudes a retratarla. Menuda tarea. ¿Por dónde empezar? Por su sonrisa. Dale. Llena todo el espacio que uno puede imaginar. Es un rayo de luz que te atraviesa sin pedir permiso. Te invade. Te contagia. Te hace sentir feliz a fuerza.
Sus manos. Sigamos por ahí. Son capaces de apretarte cuando sentís que se te abre la tierra para tragarte. Pero también para decirte: "Acá estoy". Son manos que con sólo rozarme hacen que la pasión se suelte y corcovee como un caballo arisco, pero fácil de domar. Por ella, claro.
Sus ojos. Capítulo aparte. Te cruza de arriba abajo. Te opera a corazón abierto. Sus enojos y sus alegrías se reflejan con tanta claridad que hasta brillas como estrellas.
Su cuerpo, Dios, su cuerpo, tendríamos que tirar abajo todo lo que conocemos. Empezar de nuevo. Ir a la escuela otra vez. Si intentara dibujarla, seguramente los bollos de papel ocuparían media habitación, es imposible. Es la Musa que hubiera inspirado a Dalí, Picasso o a alguien más humilde e ignorante como yo.
Que corto me quedo en palabras. Juro que busco y rebusco. No puedo. No puedo describir el día que su mirada se cruzó con la mía. Esa mirada de mujer que me decía: "Acá estoy yo". Me hizo estremecer. No tendría que decirte esto. Juega en contra de mi imagen de hombre fuerte. Pero juro que eso pasó.
Junto al primer beso, el primer abrazo, el primer cruce de nuestros cuerpos. Cuando te envolví aquella vez y te gustó tanto, fue sólo una manera de evitar que me dejes. Sólo los que sabemos lo que es la escasez de amor sabemos también que ese tesoro no hay que dejarlo huir.
Viniste a repartir amor en un lugar donde las esperanzas se habían perdido. Me viniste a dar respiración boca a boca cuando sentía que la vida se me escapaba. Fuiste mi remedio. Me curaste. A mí y a mis hijas. Y no te importó nada. Arremetiste a mi lado. Te bancaste todo y a todos. Sentí tu espalda contra mi espalda aquella noche en que te necesité. Y la siento cada día que me levanto para seguir peleando en la vida.
Pero ahora lo hago sabiendo que estás vos. Que me esperás porque sí. Porque me amás. La verdad, no sé cómo hice para escribir esto con las pocas palabras que conozco. Juro que voy a intentar una y mil veces, sólo para poder describirirte cómo te veo y te siento.
Por ahora conformate con poco. Con lo que apenas se acerca, en el único lenguaje que conozco y domino más o menos: Te amo. No es mucho. Pero es todo lo que tengo para entregarte como un compromiso que, sueño, sea eterno.
Fuente: Gente
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