Turismo | Toda la fauna costera Patagónica en la única ría de sudamérica, en el norte de Santa Cruz
https://www.lapampadiaxdia.com.ar/2014/12/turismo-toda-la-fauna-costera.html
La ría Deseado, en el norte de Santa Cruz, es un accidente costero único en el sur del continente, que además pone a la vista del turista toda la variedad faunística de la patagonia atlántica, y en su fondo alberga restos de barcos siniestrados durante los primeros viajes de europeos a este confín del Mundo. (Foto: TÉLAM)
Se trata de una lengua de mar que se adentra al continente y llena un profundo cañón originado en el jurásico, que fue lecho del río Deseado hasta que este curso de agua dulce se secó unos 50 kilómetros antes de su desembocadura.
Algunas aves, como pingüinos y gaviotas, ignoran a los humanos que caminan por su habitat, mientras toninas y lobos parecen animarse con las visitas y rodean y acompañan los botes en que éstas recorren las aguas turquesas.
La ría es eje de la vida social, comercial y turística de Puerto Deseado, ciudad que creció sobre su margen norte, y si bien su extensión es de unos 50 kilómetros, es en su primera decena donde habita esta variada fauna -incluye unas 40 especies de aves- que llevó a declararla Reserva Natural Provincial.
Los paseos se hacen en gomones semirígidos que parten de la costa de la ciudad y, tras acercarse a su desembocadura, se internan entre islas, islotes, acantilados y cañadones, con un descenso a la Isla de los Pájaros.
El bote en que Télam visitó el lugar estaba al mando del capitán y guía local Sebastián Ibiricu y dejaba una estela blanca de espuma en la verde superficie aún inquieta tras los fuertes vientos de la mañana que obligaron a retrasar la la excursión.
En diagonal sureste desde el puerto, llegó a la isla Chaffers, para observar una colonia de blanquísimos gaviotines de cabeza negra y picos y patas naranjas, que parecían esperar sobre las rocas, siempre de frente al viento, para espontáneamente despegar en bandada, sobrevolar las aguas y volver a posarse en algún punto cercano.
Cuando baja la marea, la Chaffers queda unida al continente, por lo que su denominación sería tómbolo, aunque en las cartas marinas figura como isla.
Dos toninas overas, con los característicos planos blanco y negro de sus cuerpos, recibieron con saltos y piruetas al bote y lo acompañaron unos minutos, para luego pasarle la posta a varios lobos marinos de un pelo que descendieron de unas rocas costeras como para saludar de cerca a los visitantes.
Algunas gaviotas cocineras planeaban contra el viento y quedaban suspendidas sobre la embarcación, en tanto rápidos cormoranes biguá pasaban a ras del agua, en esforzados aleteos, y se sumergían si hallaban alguna presa.
Entre las bajas matas de la isla y sobre el gris canto rodado se veían ejemplares de la colonia más grande de pingüinos magallánicos de la región, con unos 45 mil miembros para esta época.
En los acantilados de la siguiente parada, Isla Elena, habita una de las especies más vistosas de la ría, el cormorán roquero, de cuerpo oscuro, cogote con manchas blancas, pico y patas naranja y grandes ojos azules bordeados de reflejos blancos como rayos.
En parejas o grupos familiares, viven en nidos que arman con guano, lodo y ramas en los puntos más altos o cornisas y huecos de las paredes, donde a veces también se pueden ver cormoranes imperiales, de pecho y vientre blanco, ojos violetas y el penacho erguido en la testa.
El bote rodeó luego lentamente la isla Larga, habitada por una colonia de lobos marinos, de la que Iribicu explicó que "son unos 100 ejemplares, con tres machos alfa".
Estos pinípedos, que pasan su tiempo entre breves baños y largas siestas, comparten ese islote con inquietas gaviotas cocineras que a veces se posan sobre sus cuerpos, gruesos y opacos como rocas, y algunas níveas palomas antárticas.
El plato fuerte queda para el final: La isla de los Pájaros, donde se puede desembarcar y caminar por la costa, aunque no adentrarse más de una decena de metros desde el agua, y ver una gran variedad de aves.
El guía explicó que el límite es donde comienza una baja vegetación arbustiva en la que anidan y desovan varias especies, y advirtió que se debe dar prioridad de paso a las aves y no alterarlas con movimientos bruscos.
Así es que los pingüinos pasan indiferentes casi entre las piernas de los visitantes; los ostreros negros también los ignoran y siguen buscando alimentos entre piedras y algas con sus largos picos rojos, y las gaviotas los sobrevuelan y se posan cerca de ellos, aunque despegan ante el menor movimiento.
La playa de guijarros de la isla es ideal para sentarse a tomar unos mates y así confundirse con la quietud del paisaje, lo que anima a otras especies más ariscas a acortar distancia.
La ría guarda en su fondo parte de la historia más antigua del lugar, aún antes de la existencia de Puerto Deseado, como los restos de los navíos británico Swift y holandés Hoorn, el primero hundido tras chocar con un islote a metros de la costa, en 1770, y el otro a causa de un incendio en 1615.
Télam
Se trata de una lengua de mar que se adentra al continente y llena un profundo cañón originado en el jurásico, que fue lecho del río Deseado hasta que este curso de agua dulce se secó unos 50 kilómetros antes de su desembocadura.
Algunas aves, como pingüinos y gaviotas, ignoran a los humanos que caminan por su habitat, mientras toninas y lobos parecen animarse con las visitas y rodean y acompañan los botes en que éstas recorren las aguas turquesas.
La ría es eje de la vida social, comercial y turística de Puerto Deseado, ciudad que creció sobre su margen norte, y si bien su extensión es de unos 50 kilómetros, es en su primera decena donde habita esta variada fauna -incluye unas 40 especies de aves- que llevó a declararla Reserva Natural Provincial.
Los paseos se hacen en gomones semirígidos que parten de la costa de la ciudad y, tras acercarse a su desembocadura, se internan entre islas, islotes, acantilados y cañadones, con un descenso a la Isla de los Pájaros.
El bote en que Télam visitó el lugar estaba al mando del capitán y guía local Sebastián Ibiricu y dejaba una estela blanca de espuma en la verde superficie aún inquieta tras los fuertes vientos de la mañana que obligaron a retrasar la la excursión.
En diagonal sureste desde el puerto, llegó a la isla Chaffers, para observar una colonia de blanquísimos gaviotines de cabeza negra y picos y patas naranjas, que parecían esperar sobre las rocas, siempre de frente al viento, para espontáneamente despegar en bandada, sobrevolar las aguas y volver a posarse en algún punto cercano.
Cuando baja la marea, la Chaffers queda unida al continente, por lo que su denominación sería tómbolo, aunque en las cartas marinas figura como isla.
Dos toninas overas, con los característicos planos blanco y negro de sus cuerpos, recibieron con saltos y piruetas al bote y lo acompañaron unos minutos, para luego pasarle la posta a varios lobos marinos de un pelo que descendieron de unas rocas costeras como para saludar de cerca a los visitantes.
Algunas gaviotas cocineras planeaban contra el viento y quedaban suspendidas sobre la embarcación, en tanto rápidos cormoranes biguá pasaban a ras del agua, en esforzados aleteos, y se sumergían si hallaban alguna presa.
Entre las bajas matas de la isla y sobre el gris canto rodado se veían ejemplares de la colonia más grande de pingüinos magallánicos de la región, con unos 45 mil miembros para esta época.
En los acantilados de la siguiente parada, Isla Elena, habita una de las especies más vistosas de la ría, el cormorán roquero, de cuerpo oscuro, cogote con manchas blancas, pico y patas naranja y grandes ojos azules bordeados de reflejos blancos como rayos.
En parejas o grupos familiares, viven en nidos que arman con guano, lodo y ramas en los puntos más altos o cornisas y huecos de las paredes, donde a veces también se pueden ver cormoranes imperiales, de pecho y vientre blanco, ojos violetas y el penacho erguido en la testa.
El bote rodeó luego lentamente la isla Larga, habitada por una colonia de lobos marinos, de la que Iribicu explicó que "son unos 100 ejemplares, con tres machos alfa".
Estos pinípedos, que pasan su tiempo entre breves baños y largas siestas, comparten ese islote con inquietas gaviotas cocineras que a veces se posan sobre sus cuerpos, gruesos y opacos como rocas, y algunas níveas palomas antárticas.
El plato fuerte queda para el final: La isla de los Pájaros, donde se puede desembarcar y caminar por la costa, aunque no adentrarse más de una decena de metros desde el agua, y ver una gran variedad de aves.
El guía explicó que el límite es donde comienza una baja vegetación arbustiva en la que anidan y desovan varias especies, y advirtió que se debe dar prioridad de paso a las aves y no alterarlas con movimientos bruscos.
Así es que los pingüinos pasan indiferentes casi entre las piernas de los visitantes; los ostreros negros también los ignoran y siguen buscando alimentos entre piedras y algas con sus largos picos rojos, y las gaviotas los sobrevuelan y se posan cerca de ellos, aunque despegan ante el menor movimiento.
La playa de guijarros de la isla es ideal para sentarse a tomar unos mates y así confundirse con la quietud del paisaje, lo que anima a otras especies más ariscas a acortar distancia.
La ría guarda en su fondo parte de la historia más antigua del lugar, aún antes de la existencia de Puerto Deseado, como los restos de los navíos británico Swift y holandés Hoorn, el primero hundido tras chocar con un islote a metros de la costa, en 1770, y el otro a causa de un incendio en 1615.
Télam
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