Internacionales | Munich: la "nueva Jerusalén" de los refugiados

“Gracias Alemania, sólo queremos la paz". Con este mensaje de bienvenida en alemán, cuatro jóvenes sirios quieren tranquilizar a los refugiados que, como ellos, huyeron de la guerra y ahora bajan de los trenes que arriban a la ciudad de Munich sin saber muy bien qué futuro les depara.  (Foto AFP | Télam)

“Queremos que los recién llegados sepan que están en buenas manos, y no olvidamos lo que los alemanes –y también austríacos- hicieron por nosotros”, dijo Yihea, quien escapó de Siria hace unos días tras ser llamado a las filas del Ejército de Bashar al Assad, en declaraciones a Télam.

Convertida en la Tierra Prometida para los refugiados que llegan a Europa, una Munich por momentos revolucionada afronta estos días un gran desafío logístico, político y social, divida entre un cierto rechazo y la solidaridad hacia un aluvión de hombres, mujeres y niños que llegan cargados de alivio e incertidumbre.

Una multitud de ciudadanos de la ciudad capital del estado de Baviera, fronterizo con Austria, recibió el pasado domingo a los primeros refugiados que desembarcaron de los trenes procedentes de Viena con mantas, ropa, comida y juguete para los niños.

El recibimiento fue cálido y mostró una cara amable de esta ciudad que es conocida por ser cuna y capital espiritual del nazismo, pero que también cuenta con un corazón revolucionario, tal como lo demuestra la breve constitución del "Soviet de Baviera" en los primeros días de la República de Weimar.

Pasaron unos días desde los primeros desembarcos de refugiados y el clima en la principal estación de trenes de Munich sigue estando marcado por las muestras de afecto y por gestos de solidaridad.

Un vecino de la estación, de unos 70 años, se acerca a Yihea y a sus amigos y les ofrecer ropa interior recién comprada y ellos la aceptan con una sonrisa, a pesar de que intentan decirle al hombre que no la necesitan.

Una mujer, que sale de la estación con su equipaje, se para frente a unas vallas y aplaude a los refugiados que pasan por detrás. Una madre pide a unos voluntarios que la dejen pasar para que sus hijos puedan darle la bienvenida a esos otros niños que llegan de la mano de sus padres y que, algún día, quizás serán sus amigos.

En medio de la escena, otro hombre, sin mediar palabra, se planta delante de una cámara de televisión y tapa la lente mientras un amigo de Yihea, Mohamed, estaba dando una entrevista. “Vuelvan a su país”, exclama el hombre a los jóvenes sirios, para luego recriminar a los periodistas que estén dando cobertura a este drama humanitario.

"La mayoría de la gente está abierta y a favor de recibir a los refugiados, pero los más viejos son más reticentes, tienen miedo", dijo un periodista de la TV local de Munich que presenció el desafortunado episodio.

Las horas pasan y los trenes siguen llegando. Decenas de policías acompañan de forma amable a los refugiados que bajan desorientados de los andenes, luego unos voluntarios les ofrecen ropa y comida, antes de hacerlos pasar por un rápido control médico y subirlos a colectivos que los llevarán hasta el "Messe" -las instalaciones del centro de congresos Messe Munchen International-, donde les toman las huellas dactilares para registrarlos antes de enviarlos a campos de refugiados.

El operativo parece que está bastante aceitado y todo parece transcurrir con cierta calma, aunque se desconoce oficialmente cuántos refugiados han llegado y cuántos acogerá Munich.

A media tarde llega un tren y todos los refugiados son llevados hacia otro andén sin ser informados sobre cuál será su destino.
"No se, no se a donde vamos. Yo quiero ir a Noruega, allí me espera mi prometido", dice Oima, una joven somalí, mientras muestra un anillo dorado de compromiso. Una mujer llora, pregunta a otros refugiados, sin soltar ni un segundo la mano a su hijo. El tren parte hacia Dusseldorf, en el estado de Renania del Norte-Westfalia, en el oeste del país.

El reparto de refugiados en Alemania- cuyo gobierno afirmó hoy que tenía capacidad para recibir 500.000 personas por año- se hace en función de un sistema de cuotas que tiene en cuenta la población y los ingresos fiscales de cada uno de los 16 Estados federados.

A la sureña Baviera, el segundo estado más poblado después de Renanía del Norte-Westfalia, le toca recibir un 15%.

Sin embargo, los socialcristianos de la CSU, el partido que gobierna en el Estado Federal y que es socio de los democristianos de la CDU de la canciller federal, Angela Merkel, ya advirtieron a la jefa de gobierno que la decisión de dejar pasar a los refugiados que viene de Austria "es errónea".

A pesar del llamado a frenar la ola de refugiados, los alemanes afrontan el desafío con eficacia.

"En el centro de Messe hay capacidad para 2.000 personas, y nosotros tenemos una escuela preparada para recibir a 500 más, pero las instalaciones están aún vacías", dijo a Télam el Dr. Behrbonn, uno de los responsables de la Cruz Roja en Munich.

"Aquí sólo quedan unos 300 refugiados" apuntó, por su parte, Aba Samad, uno de los voluntarios del centro ubicado en el norte de la ciudad, en una zona prácticamente aislada, entre una ruta y galpones industriales.

Mientras juega bajo el sol con los tres hijos de un amigo, Ali Kashar, un refugiado sirio, afirma que no se quiere quedar en Alemania. "Nosotros queremos ir a Noruega, porque conocemos gente allí. Assad destruyó todo en Siria, la madre de los niños murió en un bombardeo y queremos olvidarnos de todo", añade, como si ir a Noruega, fuese el destino que más los aleja del dolor vivido.

En cambio, Abderraman, de 15 años, apunta que él si se va a quedar para "estudiar medicina y trabajar". "Viajé sólo y esto feliz de estar aquí", subraya.

Uno de los campos de refugiados de Munich se encuentra en Schwabing Munchen Nord, un barrio residencial donde la presencia de los extranjeros no ha generado conflictos, según algunos de sus vecinos.

"No todos están contentos, pero la mayoría sí. Tenemos escuelas suficientes, parques para los niños y trabajo para los jóvenes, que sólo tienen que ir al centro de la ciudad. Es un buen lugar para vivir. Son todos bienvenidos", dice Christiane Gruber, de 58 años.
Télam

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