Evangelio del Día | No se les dará otra señal que la de Jonás

Lucas 11, 29-32. Tiempo Ordinario. Cristo, clavado en la cruz, es la gran señal de amor que anhelamos. (Imagen: Parroquia Divino Niño Jesús de Flandes)

Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 28o. del Tiempo Ordinario, del domingo 11 al sábado 17 de octubre 2015.

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Del santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32

En aquel tiempo la gente se apiñaba alrededor de Jesús y comenzó a decirles: Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.

Oración introductoria

Padre, te pedimos que Cristo, clavado en la cruz, sea para nosotros la gran señal que anhelamos. La prueba de un amor incondicional y desinteresado.

Petición

Señor, ayudanos a ser "señales" para nuestro prójimo. Que cuando nos vean actuar, sepan y crean que existe el amor.

Meditaciòn del Papa Francisco

Su sordera expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no solo las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos recuerda que “la fe nace de la escucha de la predicación” […]

Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través de la ley y los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.

Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos muchas islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada. Y esto no es de Dios. Esto es nuestro. Es nuestro pecado. (Ángelus, S.S. Francisco, 6 de septiembre de 2015).

Reflexión

Deseamos una seguridad, una certeza. Queremos tener ante nuestros ojos una prueba, un milagro. Cada día es una buena ocasión para buscarla, o, más bien para encontrarla, para contemplarla, porque ya la tenemos.

Cristo, clavado en la cruz, es la gran señal que anhelamos. La prueba de un amor incondicional y desinteresado; un amor que se entrega hasta el extremo de dar la vida por el amigo. El crucificado nos hace ver un milagro más extraordinario que cualquier otro: el del amor, que se demuestra en el dolor. Basta que le contemplemos detenidamente para que obtengamos una plena seguridad sobre la cual construir nuestra vida: la de sabernos y sentirnos profundamente amados.

Esta señal constituye también una invitación. Cristo nos invita a convertirnos en “señales” para nuestro prójimo. Que cuando nos vean actuar, sepan y crean que existe el amor. Que por nuestro modo de vivir, tengan la seguridad de que vale la pena ser seguidor del hombre que aparentemente fue derrotado en la cruz. Para ser “señales”, pruebas vivas, hay que aprender como Cristo, a subir a la cruz. Ahí está la señal del amor.

Propòsito

Acercarme a un crucufico y pedirle a Jesùs que me enseñe a ser señal de amor para mi familia, trabajo, amigos.

Diálogo con Cristo

Señor, todo está bajo tu dominio menos mi libertad, porque Tú respetas mi decisión de cumplir o no tu voluntad. Me has dado tu Palabra en el Evangelio, te me ofreces en la Eucaristía, para que tu presencia viva transforme todo mi ser: inteligencia, voluntad, afectos, imaginación y sentimientos. Haz, Jesús, que sepa apreciar estos dones y que aproveche todas las oportunidades, circunstancias y situaciones de mi vida para amarte más.


Por: Ignacio Sarre | Fuente: Catholic.net

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