#EvangeliodelDía | La Transfiguración
https://www.lapampadiaxdia.com.ar/2022/03/evangeliodeldia-la-transfiguracion.html
Lucas 9, 28-36. Fiesta La Transfiguración C. La maravilla del amor de Dios lo vemos en su rostro transfigurado.
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De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre santo, de un acto de heroísmo.
También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos atónitos, sin poder explicarlo o manifestarlo verbalmente, y, si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.
Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros que pasen – según él- las líneas de lo meramente natural; quiere lo espectacular, quiere actos de magia, un atardecer o una noche estrellada ya no le dice nada.
Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre sí ante los retos actuales del cristianismo.
Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.
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Sí, qué bien se está aquí. Pero Señor, ¿por qué no dejaste a Pedro que permaneciera en esa calma? ¿Por qué lo sacaste de ese momento de contemplación? Y a mí me haces lo mismo. En medio del sosiego de mi oración, alguna dificultad irrumpe en el silencio. Cuando pienso que todo es hermoso, me anuncias la cruz. Cuando pienso que el día es claro, llega la tormenta. ¿Por qué no me dejas más tiempo en mi sueño? ¿Por qué no me dejas poner una tienda?
Señor, me doy cuenta que ésa es la vida del cristiano. Levantarse, contemplar la gloria y, al mismo tiempo, cargar con la cruz de cada día. Cuando miro el sol, sólo lo puedo hacer por unos breves instantes, porque después todo se oscurece. En esta vida puedo ver la gloria, porque es a donde voy, pero tengo que seguir caminando. No será fácil, tengo que sudar. Tengo que esforzarme en los tramos más difíciles. Tengo que entrar por la puerta estrecha.
En mi vida cotidiana me encuentro muchos momentos para demostrarte que de verdad quiero ser santo. A veces me cuesta mucho ser humilde. Cuando me ofenden y hablan mal de mí a mis espaldas, qué difícil es callar. Cuando hay problemas en casa o cuando tengo un pleito con un compañero, a veces, Señor, tengo ganas de quejarme. A veces me cuesta mucho sonreír cuando por dentro estoy muy mal. A veces quiero lanzar fuera la cruz y estar tranquilo.
Entonces es cuando me doy cuenta de mi debilidad. Es muy fácil decirte que «sí» en los momentos hermosos y luminosos. Pero apenas llega la dificultad, esa decisión se olvida. Por eso, Señor, te pido tu fuerza. Yo solo no puedo. Dame una fe grande que me ayude a vivir con esa fidelidad de María. Hasta que Tú quieras y como Tú lo quieras. Señor, pídeme lo que quieras pero dame la fuerza para vivir aquello que me pides, como decía san Agustín.
«La Eucaristía del domingo lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros… Y así cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegría y las fatigas de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo es transfigurado por la gracia de Cristo.»
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de agosto de 2015).
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Del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.PUBLICIDAD
Reflexión
No hay duda, todos somos capaces de distinguir la belleza de la creación, quedamos maravillados, deslumbrados ante un cielo estrellado, un atardecer.De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre santo, de un acto de heroísmo.
También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos atónitos, sin poder explicarlo o manifestarlo verbalmente, y, si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.
Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros que pasen – según él- las líneas de lo meramente natural; quiere lo espectacular, quiere actos de magia, un atardecer o una noche estrellada ya no le dice nada.
Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre sí ante los retos actuales del cristianismo.
Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.
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Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Qué bien se está aquí.Sí, qué bien se está aquí. Pero Señor, ¿por qué no dejaste a Pedro que permaneciera en esa calma? ¿Por qué lo sacaste de ese momento de contemplación? Y a mí me haces lo mismo. En medio del sosiego de mi oración, alguna dificultad irrumpe en el silencio. Cuando pienso que todo es hermoso, me anuncias la cruz. Cuando pienso que el día es claro, llega la tormenta. ¿Por qué no me dejas más tiempo en mi sueño? ¿Por qué no me dejas poner una tienda?
Señor, me doy cuenta que ésa es la vida del cristiano. Levantarse, contemplar la gloria y, al mismo tiempo, cargar con la cruz de cada día. Cuando miro el sol, sólo lo puedo hacer por unos breves instantes, porque después todo se oscurece. En esta vida puedo ver la gloria, porque es a donde voy, pero tengo que seguir caminando. No será fácil, tengo que sudar. Tengo que esforzarme en los tramos más difíciles. Tengo que entrar por la puerta estrecha.
En mi vida cotidiana me encuentro muchos momentos para demostrarte que de verdad quiero ser santo. A veces me cuesta mucho ser humilde. Cuando me ofenden y hablan mal de mí a mis espaldas, qué difícil es callar. Cuando hay problemas en casa o cuando tengo un pleito con un compañero, a veces, Señor, tengo ganas de quejarme. A veces me cuesta mucho sonreír cuando por dentro estoy muy mal. A veces quiero lanzar fuera la cruz y estar tranquilo.
Entonces es cuando me doy cuenta de mi debilidad. Es muy fácil decirte que «sí» en los momentos hermosos y luminosos. Pero apenas llega la dificultad, esa decisión se olvida. Por eso, Señor, te pido tu fuerza. Yo solo no puedo. Dame una fe grande que me ayude a vivir con esa fidelidad de María. Hasta que Tú quieras y como Tú lo quieras. Señor, pídeme lo que quieras pero dame la fuerza para vivir aquello que me pides, como decía san Agustín.
«La Eucaristía del domingo lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros… Y así cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegría y las fatigas de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo es transfigurado por la gracia de Cristo.»
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de agosto de 2015).
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Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Hoy te ofrezco, Jesús, hacer un sacrificio. Algo que sé que me cuesta. Pero lo voy hacer con una sonrisa y buen humor. No me quejaré con nadie ni de nadie. Voy a ser testimonio de la alegría en el trabajo y en mi casa, con mi familia.
Por: Rafael Santos Varela | Fuente: es.catholic.net