#EvangeliodelDía | Jesús celebra la Pascua con sus discípulos


Domingo de Ramos Ciclo C. Hoy celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso.



Del santo Evangelio según san Lucas 22, 7.14-3, 56

Llegó el día de la fiesta en que se comía pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua.
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios." Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: "Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios." Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío." De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. "Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!" Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.


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Oración introductoria

Espíritu Santo, ilumina mi oración para penetrar en la comprensión del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, a quien quiero acompañar con mi oración, sacrificio y ayuda a los demás, no sólo este Domingo de Ramos, sino toda mi vida.

Petición

Señor, dame la gracia de seguirte con disponibilidad a donde quiera que vayas, incluso si me llevas hasta la cruz y al desprendimiento de mí mismo.

Meditación del Papa Francisco

En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí mismo”. La humillación de Jesús.

Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa” también para nosotros.

Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación. (Homilía de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2015). 

Reflexión

Hoy es Domingo de Ramos porque celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso.

No entra con tanques ni con metralletas para conquistar la ciudad. Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las trompetas, como lo hacían antaño los emperadores o los generales romanos después de vencer a los enemigos. No. Jesús entra montado en un burrito, signo de humildad y de mansedumbre.

Es aclamado por gente buena y sencilla, y una gran cantidad de sus discípulos son mujeres y niños. Lo proclaman rey no con el estruendo de las armas, sino con los gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o pancartas, sino ramos de olivo y de laurel, signos de la paz. ¡Éste es Jesús, nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero, el que entra hoy triunfante a Jerusalén!

Pero también hoy es Domingo de "Pasión" porque iniciamos esta semana de dolor, que culminará en la Cruz. Por eso en el Evangelio de la Misa de este día se proclama toda la pasión del Señor. Sólo ocurre esto dos días en todo el año: hoy y el Viernes Santo. Pero la muerte de Cristo en el Calvario no es una derrota, sino el triunfo más rotundo y definitivo de Nuestro Señor sobre los poderes del mal, del pecado y de Satanás.

Estos días santos son, pues, para acompañar a Cristo en los sufrimientos de su Pasión y en su camino al Calvario: para unirnos a Él a través de la oración, los sacramentos, la caridad, el apostolado y las obras buenas. ¡Tántas cosas podemos hacer en favor de los demás!, pero tal vez nos falta imaginación o inventiva. O pensar más en los demás y menos en nosotros mismos.

Seguramente ya habrás visto la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Todo cristiano debería verla, al menos una vez. Las personas que han tenido la oportunidad de asistir a este espectáculo, han quedado profundamente tocados, conmovidos y, muchos de ellos, también transformados por dentro.
En estas últimas semanas, he tenido la oportunidad de invitar a varios grupos de jóvenes y de adultos, aquí en Düsseldorf, a ver y comentar esta película, y les ha hecho una enorme impresión. Algunos ya la habían visto. Pero creo que nunca podemos quedar indiferentes ante lo que allí sucede.

La película está inspirada fielmente en los Evangelios y es una profunda contemplación de los misterios de nuestra redención. El mismo productor ha explicado por qué y cómo surgió este film. Mel Gibson se profesa cristiano ferviente. Pero cuando pasó por una aguda crisis de depresión, tomó los Evangelios y comenzó a meditar en la Pasión de Cristo. Entonces su vida empezó a cambiar. Y confiesa que comprendió aquellas palabras del profeta Isaías, que aparecen al inicio de la película como clave de lectura y de interpretación: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestros crímenes. El castigo de nuestra salvación cayó sobre Él y por sus llagas hemos sido curados” (Is 53, 5).

Sería interesante recordar ahora, paso a paso, los diversos momentos de la Pasión de Cristo, siguiendo las escenas que nos presenta Mel Gibson. Pero eso lo tiene que hacer cada uno en particular. Y no sólo como quien recuerda una historia pasada, sino viviéndolo en primera persona. Tú y yo somos protagonistas de esta historia, pues Cristo sufrió por nosotros, para darnos la salvación, la vida eterna.

Una de las escenas que más impactan en la película es la flagelación. Realista, cruel y hasta cínica por parte de los soldados.

Pero nos hace comprender y sentir la inocencia de Jesús, su humildad y su mansedumbre infinita, su heroísmo ante el sufrimiento y su voluntad de oblación a Dios por nosotros: "Padre, mi corazón está pronto". Y enseguida la tortura: los latigazos que se hacen interminables y el brutal ensañamiento de los verdugos romanos, sádicos y ávidos de sangre, que destrozan sin piedad el cuerpo de Jesús y el corazón de su Madre santísima: "¿Cómo, dónde, hasta cuándo decidirás poner fin a tanta tortura, Hijo mío?" –balbucea María al contemplar a su Jesús flagelado-. Las lágrimas y el tremendo dolor de aquella Madre taladran el propio corazón. Es dura. Y nuestro adorable Jesús sufre hasta el paroxismo por amor a cada uno de nosotros. Es la Sangre preciosa del Cordero inmaculado, derramada por amor, para redimirnos del pecado. ¡Es una escena impresionante!

Es también muy conmovedor, por su delicadeza, el gesto de Claudia –mujer de Pilato— que ofrece unos paños a María. No hay palabras. Sólo la expresión del rostro, de la mirada; las lágrimas. Y, tras la flagelación, María y la Magdalena recogen con ellos, con profunda reverencia y amor, la sangre esparcida durante el suplicio. ¡Es una sangre bendita, sagrada, que no puede perderse o profanarse!

El camino hacia el Calvario está lleno de imágenes profundamente conmovedoras. Particularmente bello es el encuentro de Jesús con María. Una joya de delicadeza, de intuición exquisita, de ternura infinita, de dolor y de amor materno. El quebranto y la compasión amorosa de aquella Madre bendita traspasan de nuevo el corazón y conmueven muy hondamente. Y el gesto dulce y compasivo de la Verónica que enjuga el santísimo rostro de nuestro Señor. Y el humanísimo comportamiento del Cireneo, sobre todo la transformación interior de su alma al contacto con el Cristo sufriente. Renuente al principio, al ir compartiendo la cruz de Jesús se va compadeciendo y compenetrando con aquel condenado a muerte; comprende que es inocente y se convierte en un defensor incondicional de Jesús. Al final, cuando llegan al Calvario, ya no quiere separarse de Él.

La crucifixión es escalofriante. Filmada con grande realismo y con enorme veneración al mismo tiempo. Y, mientras se realiza el martirio del Señor en el Calvario, se van intercalando las escenas maravillosas de la Última Cena, esos momentos benditos en los que nuestro Señor nos dejó la Eucaristía y su mandamiento del amor. La Eucaristía anticipa el Calvario y en el Calvario se realiza el misterio anunciado en el Cenáculo.

Las últimas palabras de Jesús en la cruz son de una elevación singular: la súplica de perdón para sus enemigos, la promesa del paraíso al buen ladrón, la sed, la entrega de su Madre a Juan, el misterioso abandono paterno, el informe de su misión, la entrega de su espíritu al Padre. Y, tras la muerte de nuestro Señor, el religioso temor de los soldados y la lágrima del Padre caída desde los cielos; el terremoto, la destrucción del templo, la derrota definitiva del poder del mal y de la muerte, la acogida del Cuerpo bendito de Jesús en el regazo de María. Retratos todos de una sublimidad inigualable.

Hoy iniciamos la Semana Santa y la Pasión de Cristo es una experiencia espiritual que todos debemos hacer si queremos ser auténticos cristianos. Sólo en la Pasión logramos comprender y aceptar tantas cosas incomprensibles en nuestra vida y experimentamos en el fondo de nuestra alma el amor infinito de un Dios que se entregó, hasta la locura, para salvarnos. ¡Sus llagas nos han curado! Y por ti y por mí volvería a repetirlo con tal de llevarnos al cielo. Ojalá también nosotros aprendamos a abrazar la cruz, amando y siguiendo las huellas de nuestro Cristo Crucificado. Eso significa ser cristiano.

Propósito

Seguir mi meditación diaria durante toda la Semana Santa, pidiendo a Dios me ayude a comprender el gran amor que me tiene.

Diálogo con Cristo

Señor, hoy te quiero dar las gracias por todas las cruces y dificultades que permites en mi vida. Ellas son muestra de tu singular predilección, son instrumentos que me concedes para santificarme y para acompañarte en tu misión redentora. Concédeme vivir todo con paciencia, con mortificación y con amor, en una palabra, ayúdame a acompañarte en tu pasión y a nunca dejarte solo.

Por: P Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net

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